Saltar al contenido

✨ Todo empezó con unas fiestas de baile… 💃👩🏻‍🦯 🕺👩🏽‍🦽

En 2016, en un gimnasio en desuso de un instituto público de Bilbao, ocurrió algo que no imaginábamos que cambiaría nuestras vidas.

No sabíamos que, lo que comenzaba con una fiesta de baile de una pequeña asociación (BIS Txokobide), acabaría cuestionando normativas, modelos, políticas y, sobre todo, la idea que muchas personas tienen sobre la accesibilidad y la inclusión.

Queríamos crear un espacio donde se pudiera bailar. Así de simple. Pero bailar de verdad. Bailar con libertad, con alegría, con seguridad. Un lugar donde todo el mundo pudiera participar.

Empezamos diez personas. Una minicadena de casa, unas sillas y unas mesas recicladas del instituto, un par de colchonetas y una gran pista vacía. Como buen evento, no podía faltar la tortilla de patatas y el bizcocho recién hechos, además de fruta, agua y algún zumo que otro. Solo con una idea en el centro: crear un espacio digno y seguro para disfrutar.

Y así fue como nació la primera de muchas sesiones de lo que llamaríamos: fiestas inclusivas.

Video del taller de merengue inclusivo realizado el 5 de Marzo de 2017

El experimento: bailar con el corazón abierto

Invitamos a academias de baile de la ciudad. Les decíamos que vinieran a dar talleres “inclusivos”. Algunas no entendían del todo de qué iba la propuesta. Lo que sí sabían era que había música, comida, gente y ganas de mover el cuerpo. Eso era suficiente.

Pero había una pequeña trampa. Una especie de experimento social.

Les proponíamos bailar con los ojos vendados. O con cascos que anulaban el sonido. O sentadas en una silla de ruedas, intentando seguir una coreografía sin poder levantarse. Les planteábamos retos de movimiento, de comunicación y de empatía.

Y entonces ocurría algo que no esperábamos: Nadie salía de allí igual que entraba.

De pronto, bailar dejaba de ser un acto estético o técnico, y se convertía en un acto profundamente humano. Descubrían la dificultad, la frustración, la risa nerviosa. Pero también la conexión, la ternura, el poder de una mirada o de una mano que guía sin palabras.

Aquellas personas que venían a enseñar, acababan aprendiendo. De otras formas de moverse. De otras formas de estar. De otras formas de ser.

Carteles de algunos talleres que se realizaron

El baile como excusa. Lo demás como revolución.

Lo que había nacido como una simple fiesta, pronto se convirtió en un laboratorio social. En la segunda sesión ya éramos más de 25 personas, y pronto tuvimos que limitar el aforo a 50 para que todas pudiéramos movernos con cierta comodidad.

En la pista bailaban niñas, adolescentes, personas mayores, personas gordas, flacas, con muletas, bastones, sillas de ruedas… También personas sordas, ciegas, con altas capacidades cognitivas, con enfermedades raras, con alergias severas, con hipersensibilidad, con trastornos alimenticios, con epilepsia, con TOC o con autismo.

Y también muchas personas que no sabían que eran parte de una diversidad más amplia hasta que encontraron allí un lugar donde por fin no tenían que justificar su presencia.

Profesionales de la vida que junto con los profesionales del baile de las academias hacíamos unos grupos interesantes.

El tipo de baile no importaba tanto. Salsa, flamenco, bachata, hip hop, danzas tradicionales, baile en lengua de signos, expresión libre, zumba… Lo importante era que la pista estaba diseñada para que nadie quedara fuera. Que cada cuerpo tuviera cabida. Que cada forma de expresión tuviera sentido.

Y lo más importante: No bailábamos para adaptarnos. Bailábamos para encontrarnos.

Foto con bonitos recuerdos de los talleres

Pero entonces algo se quebró por dentro

Entre música, risas y coreografías, empezó a aparecer una realidad que no podíamos ignorar. Una realidad que no estaba en los carteles, ni en los documentos, ni en los discursos. Una realidad que dolía mirar de frente.

Descubrimos que muchas personas —adultas, jóvenes, adolescentes— no tenían un lugar digno donde cambiarse un pañal, una compresa o simplemente la ropa tras sudar bailando.

Teníamos baños accesibles, sí. Cumplíamos la normativa vigente. Incluso contábamos con un vestuario amplio con duchas. Pero no era suficiente.

Nuestro baño “accesible” no era sinónimo de un baño útil, higiénico, seguro o digno.

Y entonces vimos lo que no queríamos ver:

Personas tumbadas con mantas extendidas en el suelo del baño accesible para cambiarse. Sobre el banco de sentarse del vestuario, sin ninguna protección. Encima de mesa improvisada del almacén. O en los maleteros de las furgonetas con las que venían a los talleres.

Pero lo más duro no era eso. Lo más duro era enterarnos de que algunas personas aguantaban durante horas sin beber ni comer, por miedo a necesitar un baño que no existía.

O peor aún: que dejaban de venir, simplemente porque sabían que no podrían gestionar una necesidad básica sin poner en riesgo su integridad.

Y eso… nos atravesó.

Foto de Jon en el suelo del baño accesible antes de cambiarle el pañal

¿Cómo podíamos hablar de inclusión si lo más básico no estaba cubierto? ¿Cómo podíamos celebrar la diversidad mientras algunas personas seguían siendo invisibles incluso en sus necesidades más íntimas y humanas?

Si existen cambiadores para bebés… ¿por qué no existen cambiadores para todas las personas?

No fue solo un momento incómodo. Fue un choque emocional brutal. Un cóctel de rabia, impotencia, vergüenza y tristeza. Un recordatorio de que, aunque bailáramos con alegría, no podíamos seguir bailando sobre la exclusión.

Esa fue la pregunta que lo cambió todo. Buscamos. Investigamos. Leímos. Y no encontramos ninguna solución en el ámbito hispanohablante. Ni una sola propuesta que hablara de cambiadores para personas más allá de la infancia. Silencio administrativo. Silencio técnico. Silencio social.

Hasta que encontramos el movimiento Changing Places en Reino Unido. Allí sí llevaban años defendiendo el derecho a disponer de espacios dignos y adaptados para el cambio personal de personas adultas con grandes necesidades de apoyo.

Nos pusimos en contacto con el consorcio. Nos compartieron documentación, planos, normativas, historia… Fue un alivio enorme pensar que no estamos solas. Una luz entre tanta oscuridad. Eternamente agradecidas por el apoyo que recibimos en esos momentos duros.

Al analizar todo con detenimiento, vimos que con el concepto de Changing Places nos quedábamos cortas. Nosotras habíamos visto realidades distintas. Otras formas de exclusión que no aparecían en esos manuales y documentos. No tenía sentido crear algo nuevo, la solución ya estaba, solo había que mejorarla. Así que decidimos ir más allá.

Primeras diapositivas para presentación oficial con el logo antiguo y los primeros bocetos de planos

Cambiadores Inclusivos, versión 2.0 de los Changing Places

Rediseñamos el concepto. Incorporamos criterios que no estaban siendo tenidos en cuenta:

  • Visibilizarían de los cuidados en toda su complejidad.
  • Ampliación del concepto de “personas usuarias” de estos espacios.
  • Hablar de todas las necesidades que se debían atender.
  • Nuevos elementos y sanitarios imprescindibles.
  • Nuevas herramientas de apoyo emocional centradas en la salud mental.
  • Criterios de descanso, higiene y salud que no se consideraban.
  • Ampliación de los sistemas de comunicación e información
  • Favorecer la autonomía siempre que sea posible.
  • Incorporar otras medidas que atendieran las diversas necesidades culturales, étnicas, religiosas… de las personas.

Queríamos algo más. Queríamos espacios de cuidado. Espacios realmente higiénicos, dignos y seguros para todas las personas.

Así nació, en 2020, la Asociación para la Coordinación de Cambiadores Inclusivos (ACCI). Una entidad sin ánimo de lucro que no busca crecer, sino desaparecer. Sí, desaparecer. Porque nuestra razón de ser será innecesaria el día que los cambiadores inclusivos estén integrados en todas las normativas y equipamientos públicos y privados.

Una entidad que no necesita socios ni socias sobre el papel, porque somos millones quienes compartimos esta visión. Una red invisible de personas que creen que los cambiadores inclusivos no son una opción, son un derecho.

Hoy

Hoy recibimos cientos de llamadas, correos y propuestas. Llegan desde todas partes: administraciones públicas, familias, escuelas, festivales, aeropuertos, hospitales, estudios de arquitectura, personas con responsabilidades políticas… Todas con la misma inquietud de fondo: ¿Cómo hacemos para empujar los cambiadores inclusivos?

Hemos acompañado en la implementación de más de 13 cambiadores inclusivos en todos sus procesos, y otros 7 están a punto de hacerse realidad. Lugares que reparan una ausencia estructural.

Es un trabajo silencioso. No tiene grandes focos. Pero transforma realidades todos los días.

Lo hacemos con recursos limitados, desde nuestros bolsillos y nuestros cuerpos. Nunca hemos pedido una subvención. Lo hacemos, muchas veces, sin descanso. Mientras cuidamos, trabajamos, vivimos. Y sí, también nos equivocamos. Pero escuchamos. Corregimos. Seguimos.

Hemos aprendido también de decepciones. De puertas que se cerraron cuando la conversación se volvía incómoda. De personas que, a pesar de haberlas apoyado, no estuvieron cuando tocaba. De entidades que aplaudieron el discurso, pero no sostuvieron la acción. A veces la decepción no viene de la falta de recursos, sino de la falta de voluntad. Y esa lección nos ha hecho más firmes, más claras y más conscientes de que lo que impulsamos no es una mejora técnica, sino un cambio cultural.

Hay algo que nunca ha cambiado desde el primer día:

🛑 La prioridad son los cambiadores inclusivos. Por encima de cualquier persona, cargo o interés, está primero el concepto, los valores y los principios con los que nacimos: la dignidad.

Porque esto no va solo de baños. Va de estar sin tener que justificarse. De no esconderse para hacer lo más básico. De no tener que renunciar ni adaptarse siempre a lo que ya está.

Esto no va solo de accesibilidad. Va de derechos. Va de futuro.

Primer prototipo de cambiador inclusivo (modular) que se realizó en 2021 y se puso en una playa de Barcelona

Y si todo esto empezó bailando…

…fue porque el baile nos enseñó algo esencial: que cuando los cuerpos se mueven en libertad, también se mueven las ideas, los prejuicios, las normas no escritas. El baile nos permitió imaginar un espacio donde todas las personas pudieran estar, sin tener que encajar, sin tener que justificar nuestra presencia.

Entendimos que la inclusión no es una declaración de intenciones: es una práctica diaria, exigente y concreta. No basta con decir “todas las personas son bienvenidas”, si no se crean las condiciones para que realmente puedan llegar, quedarse y disfrutar.

No vinimos solo a bailar.

Vinimos a transformar espacios, a cambiar reglas, a cuestionar lo que parecía inamovible.

Y lo hicimos con música, sí, pero también con amor profundo, compromiso real y la convicción de que este mundo puede ser diferente.

Seguimos bailando. Porque bailar es resistir sin violencia. Es existir con dignidad. Es ocupar un espacio que durante mucho tiempo nos fue negado. Y mientras seguimos abriendo camino, que nos quiten lo bailado.

¿Te unes?

Cada vez somos más personas. No hace falta saberse los pasos. Solo hace falta decidir moverse del lugar en el que una está. Porque cambiar el mundo no empieza con leyes, empieza con decisiones. Y elegir estar, apoyar, construir, visibilizar… también es bailar.

Cambiando lugares. Cambiando vidas.

Fotos de grupo en distintos talleres y eventos

Deja una respuesta

error: Content is protected !!
Ir al contenido